La desigualdad ha crecido a niveles insostenibles en los últimos 40 años. Mientras que los ricos se han hecho más ricos, el resto del país se quedó igual o han vuelto peor. La desigualdad de ingresos era evidente antes del golpe del COVID, pero el COVID ha resaltado el problema como nunca antes. Cuando se implementaron los mandatos de aislamiento, los primeros en perder su trabajo fueron aquellos que no podían trabajar desde casa, entre ellos, trabajadores de fábricas, trabajadores minoristas, trabajadores de restaurantes y cualquier otra persona que necesitaban trabajar en un entorno con otras personas. Los “trabajadores de cuello blanco”, en su mayoría, pudieron trabajar desde casa y hacer los cambios necesarios en sus vidas para adaptarse al COVID. En respuesta, el gobierno de EEUU emitió la PUA, una forma de seguro de desempleo, que pagó a cada persona $600 por semana durante el resto del 2020 y 2021. Si bien ayudó a muchas personas a superar el COVID, destacó lo bajos que eran los salarios de muchas personas. Cuando la economía abrió, muchas personas optaron por permanecer en el desempleo porque les pagaba más que sus trabajos. En Nueva York hay escasez de mano de obra en la industria de servicios y muchas empresas no pueden permanecer abiertas todo el tiempo que les gustaría. Tal vez podemos hacer los cambios necesarios proteger los trabajadores y sacar la clase trabajadora de la pobreza, pero no habrá mucho que esperar.